Siempre se vuelve a la mujer.
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Insospechadamente su voz, aroma, su mirada acechan.
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La encuentras ahí, en medio de un restaurante cualquiera. Desde la distancia te enredas en sus cabellos y te toma dos tazas de café salir de ellos, solo para ser atrapado por el momento en que ella cruza las piernas. Esta vez te toma días y noches enteras abrir las tenazas.
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Y uno, hombre al fin, sale a jugar con el mundo, a domarlo, dominarlo, conquistarlo, hacelo suyo. Entonces uno esgrime sus mejores armas contra los malosos, los virus, los otros poderosos, los emisarios del pasado, los representantes de la reacción, la incivilización en fin. Así pasan las horas del día, midiendo nuestras fueras, logrando acuerdos, negociando tiempos, haciendo cosas “verdaderamente importantes” sin las cuales... por que sin ellas… por que con el nuevo marco…, en fin.
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Pero nada, el día con sus horas de lucha acaba y finalmente llega, como es irremediable que lo haga, la noche. Entonces volvemos a donde nuestro cuerpo reclama, a donde nuestra sangre tiene reposo, a donde nuestra alma dialoga en silencio.
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Volvemos entonces a la mujer. Necesario retorno a la oscuridad de sus cabellos, del fondo invisible de sus ojos ,a la humedad de su boca , al encuentro de sus cíclicas mareas.
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Volvemos al único misterio que resolvemos poco a poco, acechando su aroma, siguiendo los caminos de su piel, enciontrándonos en el fondo de su mirada, sucumbiendo fente a la incontenible cadencia, muriendo y renanciendo cada noche en sus brazos.
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Amarte.
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Extraño rito que se repite cíclica, nocturna, húmeda, imprescindiblemente. Silenciosamente. Con la mirada que adivinas, con el lenguaje de mis manos que conocen desde su inherente ceguera ; manos que cuando te tocan te susurran, te narran mi amor para que lo escuchen tus cabellos, tu espalda, tus labios cerrados.
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Urbanamente en medio de una ciudad que narra sus incontables historias de amor y desamor en voces inaudibles, que se imaginan, se desean, se hilan, se escuchan, en cafés concurridos, cantinas solitarias, parques a la salida de la escuela, en radios que se prenden y se apagan en cientos y miles de autos y tiendas y calafias donde se escuchan canciones de amor dedicadas siempre de otros a otras.
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Insospechadamente. Quizás sin que tu intuyas en cada hora las profundidades de, mi amor por ti. Por que mi amor viaja de vez en vez oculto en el follaje de una historia que la no es la nuestra, en la lectura de un libro que yo no he escrito, en las palabras que no he pronunciado. Descubriendo que no falta algún poeta que narre nuestra historia, que diga lo que pude decirte ,que hable en mis silencios, que tenga en palabras que mis manos te deletrean.
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Húmedamente, bajo un aguacero de silencios inauditos y seguirte amando cuando escampa, con tu cabello escurriendo noche y tormenta, persiguiéndome en un sueño lluvioso, donde fuimos rocío, llovizna y aguacero, donde no había otro final posible que inundarnos mutuamente.
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Innumerablemente ...sin contar cuántas llevamos, cuántas nos faltan, ni contar estrellas, ni noche, ni horas, ni respiros, olvidando el inútil acoso del tiempo.
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Cíclicamente, lleno de oleajes y mareas, es decir, amarte con tiempos dictados por la luna, amarte sabiendo que mi amor es la ola que sube y baja, sube y baja , sube y baja montada en la mar – es claro que tú eres la mar – y yo termino siendo la espuma que oscila contigo, sobre ti, alrededor de ti, que termina confundido contigo en la playa.
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Deliciosamente. Probando de a poquito un beso largamente imaginado, nacido de un lápiz labial que te habla de una mujer que es fruta agridulce y es blanca por fuera y roja por dentro, negra por fuera y carnosa por dentro, roja por fuera y fuego por dentro, agua por fuera y viento por dentro, ola por fuera marea por dentro. Degustando el íntimo olor, sabor de cada escondrijo de tu cuerpo, probando dulce, salado, agrio, amargo, agridulce.
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Cronopiamente. Cronopio amor cronopio.
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Inasiblemente, sabiendo que hay algo de ti, tu prodigiosa belleza quizás, que nunca tendré en mis manos.
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Enrojecidamente. Descubiertos por una oscilante luna roja que delinea tu cuerpo y nos convierte en marea desatada que sacude la de por si temblorosa cama que nos sostiene y la entrampada noche que nos cobija.
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Reconociéndome, en cada gesto, en cada palabra, en cada miedo, en cada sueño. Por que amarte es una forma de saber de mí, de aquél que te ama.
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Amarte, extraño rito que se repite, cíclica, nocturna, húmeda, imprescindiblemente.
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Adolfo Morales Moncada
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