abril 24, 2010

empecinado amor

No puedo amarte sino empecinadamente, contra el orden natural de las cosas, contra el discurrir del tiempo, contra el dictado de la historia, contra el instante. No puedo amarte sin luchar contra lo efímero, lo fugaz , lo perecedero, lo momentáneo. Amarte es de suyo, empecinarme contra la vida y sus dictados. Mi amor, mi empecinado y terco amor tiene que significar algo más ( sé de sobra que mi terquedad – como lo es mi amarte- es ridícula, imposible, incauta) que nuestra guerra contra la muerte, contra el destino, contra el cosmos que se expande hasta el cansancio. Desde que te amo, cada beso es un reto imposible, de futuro improbable. ¿De dónde este empecinamiento porque cada beso – o uno solo, dure la – o una eternidad ? ¿ de dónde proponerme que una palabra nacida de tus labios, se cuele en el continuum ?
En una de estas amarte es una forma de suponer que hay algo que me conecta con lo eterno; que hay algo nacido de mí que va más , mucho más allá de todas las fugacidades que me rodean, de todos los objetos efímeros que me circundan , de todo lo inútil que en ocasiones digo o hago o pienso. Quizá amarte no sólo es lo mejor que puedo hacer para trascender, en una de estas, es lo único que puedo hacer.
Uno piensa que amarte sobrepasa el tiempo de una guerra. Una guerra de 100 años, no es nada cuando uno dice que su amor es eterno , que un gesto ( y su recuerdo, que lo mantiene vivo) durará toda la vida.
No puedo amarte sino con esta terquedad. Mi amor debe ser mayor que una roca milenaria.
Saberlo? No, no lo sé. Son inconcebiblemente más las cosas que no sé.
Pero este amor es terco, insiste en oponerse a una realidad que se degrada, que se diluye, que se ahoga, que se abisma.
Este amor quiere vivir, quiere significar.
No , no sé si mis caricias durarán más que mis manos o mis besos más que mis labios. Ni lo sé, ni me importa.
Mi amor por ti lo cree, ¿que quieres?

adolfomoralesmoncada

abril 09, 2010

LA PALABRA Y LA NOCHE

El caso es que sabemos, y a veces no sabemos, que hacer con las palabras, ni con el silencio, con el fuego, ni con el agua, con el viento, ni con la muerte.
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A veces, en alguna noche que nos surge de las manos, y hace nocturno todo lo que tocamos, lo que sentimos, lo que deseamos, lo que vivimos, la ciudad, que se pasea entre nosotros se llena de múltiples voces, quedas, revueltas, susurrantes, adoloridas, algunas felices, otras solitarias, tumultuosas, que nos hablan a gritos o a escondidas, —soliloquios de cuitas y recuerdos—.
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Entonces la calle nocturna nacida de nuestras manos (de nuestros recuerdos, de nuestros deseos) es un bullicio  —rostros, cuerpos, miradas, palabras, sobre todo palabras— del que vende panes, dulces, viajes, ollas, chicles, guajes, caricias.
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Nuestras manos se llenan de noche, es decir, de palabras nocturnas, de miradas oscuras, de cielo negro, de voces sombrías, de tinta negra.


Entonces nos vaciamos, goteamos la oscuridad nacida de nuestra manos, letra a letra, en papeles, en trapos malolientes, en la espuma del oleaje, en el piso sucio, en las paredes rotas, en las ventanas cerradas, en la bruma, en le niebla, en la piel de ella, en la amplitud de su espalda, en el resquicio de su boca.


Y ya que hablo de ella, el caso es que para amarla, (ilusión fantástica, pero querida) no bastan las incontables horas, nuestras manos náufragas, los dientes voraces, los susurros inaudibles, la prisa, mirarla, imaginarla.   Para amarla es preciso acorralarla en nuestra piel, que habite en ella, para desde ahí, nombrarla, escribirla incansable.


El caso es que sabiéndolo, o sin saberlo, creyendo, o descreyendo, suponemos, esperamos, por que somos tercos, empecinados, obstinados, estoicos —como los postes en las esquinas— que la vida, que su piel, que la justicia, que el nombre, el beso…  que la palabra, nacida de la noche que escurre de nuestras manos, trazo a trazo, letra a letra, escrita en el fuego, en el hielo, en el humo, en la madera, en el agua, en la tierra, en la piel, en el llanto, en la sangre, en la piedra, invoque, traiga, provoque, siembre, germine, otra hora, otra memoria, y quizá, otra noche.


adolfo morales moncada