mayo 07, 2011

Con mucha alegría presentamos:

poemario/sueño colectivo
Coedición
IMAC/ICBC/Acequia Va de Nuez/Letras al Aire
2011

abril 24, 2010

empecinado amor

No puedo amarte sino empecinadamente, contra el orden natural de las cosas, contra el discurrir del tiempo, contra el dictado de la historia, contra el instante. No puedo amarte sin luchar contra lo efímero, lo fugaz , lo perecedero, lo momentáneo. Amarte es de suyo, empecinarme contra la vida y sus dictados. Mi amor, mi empecinado y terco amor tiene que significar algo más ( sé de sobra que mi terquedad – como lo es mi amarte- es ridícula, imposible, incauta) que nuestra guerra contra la muerte, contra el destino, contra el cosmos que se expande hasta el cansancio. Desde que te amo, cada beso es un reto imposible, de futuro improbable. ¿De dónde este empecinamiento porque cada beso – o uno solo, dure la – o una eternidad ? ¿ de dónde proponerme que una palabra nacida de tus labios, se cuele en el continuum ?
En una de estas amarte es una forma de suponer que hay algo que me conecta con lo eterno; que hay algo nacido de mí que va más , mucho más allá de todas las fugacidades que me rodean, de todos los objetos efímeros que me circundan , de todo lo inútil que en ocasiones digo o hago o pienso. Quizá amarte no sólo es lo mejor que puedo hacer para trascender, en una de estas, es lo único que puedo hacer.
Uno piensa que amarte sobrepasa el tiempo de una guerra. Una guerra de 100 años, no es nada cuando uno dice que su amor es eterno , que un gesto ( y su recuerdo, que lo mantiene vivo) durará toda la vida.
No puedo amarte sino con esta terquedad. Mi amor debe ser mayor que una roca milenaria.
Saberlo? No, no lo sé. Son inconcebiblemente más las cosas que no sé.
Pero este amor es terco, insiste en oponerse a una realidad que se degrada, que se diluye, que se ahoga, que se abisma.
Este amor quiere vivir, quiere significar.
No , no sé si mis caricias durarán más que mis manos o mis besos más que mis labios. Ni lo sé, ni me importa.
Mi amor por ti lo cree, ¿que quieres?

adolfomoralesmoncada

abril 09, 2010

LA PALABRA Y LA NOCHE

El caso es que sabemos, y a veces no sabemos, que hacer con las palabras, ni con el silencio, con el fuego, ni con el agua, con el viento, ni con la muerte.
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A veces, en alguna noche que nos surge de las manos, y hace nocturno todo lo que tocamos, lo que sentimos, lo que deseamos, lo que vivimos, la ciudad, que se pasea entre nosotros se llena de múltiples voces, quedas, revueltas, susurrantes, adoloridas, algunas felices, otras solitarias, tumultuosas, que nos hablan a gritos o a escondidas, —soliloquios de cuitas y recuerdos—.
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Entonces la calle nocturna nacida de nuestras manos (de nuestros recuerdos, de nuestros deseos) es un bullicio  —rostros, cuerpos, miradas, palabras, sobre todo palabras— del que vende panes, dulces, viajes, ollas, chicles, guajes, caricias.
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Nuestras manos se llenan de noche, es decir, de palabras nocturnas, de miradas oscuras, de cielo negro, de voces sombrías, de tinta negra.


Entonces nos vaciamos, goteamos la oscuridad nacida de nuestra manos, letra a letra, en papeles, en trapos malolientes, en la espuma del oleaje, en el piso sucio, en las paredes rotas, en las ventanas cerradas, en la bruma, en le niebla, en la piel de ella, en la amplitud de su espalda, en el resquicio de su boca.


Y ya que hablo de ella, el caso es que para amarla, (ilusión fantástica, pero querida) no bastan las incontables horas, nuestras manos náufragas, los dientes voraces, los susurros inaudibles, la prisa, mirarla, imaginarla.   Para amarla es preciso acorralarla en nuestra piel, que habite en ella, para desde ahí, nombrarla, escribirla incansable.


El caso es que sabiéndolo, o sin saberlo, creyendo, o descreyendo, suponemos, esperamos, por que somos tercos, empecinados, obstinados, estoicos —como los postes en las esquinas— que la vida, que su piel, que la justicia, que el nombre, el beso…  que la palabra, nacida de la noche que escurre de nuestras manos, trazo a trazo, letra a letra, escrita en el fuego, en el hielo, en el humo, en la madera, en el agua, en la tierra, en la piel, en el llanto, en la sangre, en la piedra, invoque, traiga, provoque, siembre, germine, otra hora, otra memoria, y quizá, otra noche.


adolfo morales moncada

marzo 23, 2010

marzo 14, 2010

VOLVER A ELLA

Siempre se vuelve a la mujer.
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Insospechadamente su voz, aroma, su mirada acechan.
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La encuentras ahí, en medio de un restaurante cualquiera. Desde la distancia te enredas en sus cabellos y te toma dos tazas de café salir de ellos, solo para ser atrapado por el momento en que ella cruza las piernas. Esta vez te toma días y noches enteras abrir las tenazas.
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Y uno, hombre al fin, sale a jugar con el mundo, a domarlo, dominarlo, conquistarlo, hacelo suyo. Entonces uno esgrime sus mejores armas contra los malosos, los virus, los otros poderosos, los emisarios del pasado, los representantes de la reacción, la incivilización en fin. Así pasan las horas del día, midiendo nuestras fueras, logrando acuerdos, negociando tiempos, haciendo cosas “verdaderamente importantes” sin las cuales... por que sin ellas… por que con el nuevo marco…, en fin.
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Pero nada, el día con sus horas de lucha acaba y finalmente llega, como es irremediable que lo haga, la noche. Entonces volvemos a donde nuestro cuerpo reclama, a donde nuestra sangre tiene reposo, a donde nuestra alma dialoga en silencio.
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Volvemos entonces a la mujer. Necesario retorno a la oscuridad de sus cabellos, del fondo invisible de sus ojos ,a la humedad de su boca , al encuentro de sus cíclicas mareas.
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Volvemos al único misterio que resolvemos poco a poco, acechando su aroma, siguiendo los caminos de su piel, enciontrándonos en el fondo de su mirada, sucumbiendo fente a la incontenible cadencia, muriendo y renanciendo cada noche en sus brazos.
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Amarte.
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Extraño rito que se repite cíclica, nocturna, húmeda, imprescindiblemente. Silenciosamente. Con la mirada que adivinas, con el lenguaje de mis manos que conocen desde su inherente ceguera ; manos que cuando te tocan te susurran, te narran mi amor para que lo escuchen tus cabellos, tu espalda, tus labios cerrados.
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Urbanamente en medio de una ciudad que narra sus incontables historias de amor y desamor en voces inaudibles, que se imaginan, se desean, se hilan, se escuchan, en cafés concurridos, cantinas solitarias, parques a la salida de la escuela, en radios que se prenden y se apagan en cientos y miles de autos y tiendas y calafias donde se escuchan canciones de amor dedicadas siempre de otros a otras.
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Insospechadamente. Quizás sin que tu intuyas en cada hora las profundidades de, mi amor por ti. Por que mi amor viaja de vez en vez oculto en el follaje de una historia que la no es la nuestra, en la lectura de un libro que yo no he escrito, en las palabras que no he pronunciado. Descubriendo que no falta algún poeta que narre nuestra historia, que diga lo que pude decirte ,que hable en mis silencios, que tenga en palabras que mis manos te deletrean.
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Húmedamente, bajo un aguacero de silencios inauditos y seguirte amando cuando escampa, con tu cabello escurriendo noche y tormenta, persiguiéndome en un sueño lluvioso, donde fuimos rocío, llovizna y aguacero, donde no había otro final posible que inundarnos mutuamente.
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Innumerablemente ...sin contar cuántas llevamos, cuántas nos faltan, ni contar estrellas, ni noche, ni horas, ni respiros, olvidando el inútil acoso del tiempo.
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Cíclicamente, lleno de oleajes y mareas, es decir, amarte con tiempos dictados por la luna, amarte sabiendo que mi amor es la ola que sube y baja, sube y baja , sube y baja montada en la mar – es claro que tú eres la mar – y yo termino siendo la espuma que oscila contigo, sobre ti, alrededor de ti, que termina confundido contigo en la playa.
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Deliciosamente. Probando de a poquito un beso largamente imaginado, nacido de un lápiz labial que te habla de una mujer que es fruta agridulce y es blanca por fuera y roja por dentro, negra por fuera y carnosa por dentro, roja por fuera y fuego por dentro, agua por fuera y viento por dentro, ola por fuera marea por dentro. Degustando el íntimo olor, sabor de cada escondrijo de tu cuerpo, probando dulce, salado, agrio, amargo, agridulce.
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Cronopiamente. Cronopio amor cronopio.
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Inasiblemente, sabiendo que hay algo de ti, tu prodigiosa belleza quizás, que nunca tendré en mis manos.
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Enrojecidamente. Descubiertos por una oscilante luna roja que delinea tu cuerpo y nos convierte en marea desatada que sacude la de por si temblorosa cama que nos sostiene y la entrampada noche que nos cobija.
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Reconociéndome, en cada gesto, en cada palabra, en cada miedo, en cada sueño.  Por que amarte es una forma de saber de mí, de aquél que te ama.
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Amarte, extraño rito que se repite, cíclica, nocturna, húmeda, imprescindiblemente.
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Adolfo Morales Moncada

marzo 13, 2010

En adelante

En adelante, me queda claro que no se trata de encontrar "la media naranja"... esa idea implica concebirse a sí misma incompleta, deficiente, inacabada; significa entender la plenitud del propio ser sólo en razón del otro. Así no funciona, me queda claro. En adelante, entera y plena, será mi gozo compartir el camino con otro igual de entero y pleno. Y que sean nuestras rutas paralelas, en un ritmo de crecimiento constante, acompasado, sincrónico y entusiasta.

En adelante, me queda claro que no se trata de encontrar "mi alma gemela"... porque la vida se vive con el cuerpo, con la piel; en la cotidianidad del sendero compartido la afinidad espiritual es importante, es cierto, sin embargo el amor se vive con el tacto, el gusto, la vista, el oído y el olfato. En adelante, entera, plena, de carne y hueso, será mi gozo compartir los días con otro igual de entero, pleno, terrenal y mundano.

Para vivirnos y morirnos en cada beso, en cada arrebato de ganas. Para jugar al caníbal y dejar que la piel nos alimente. Para entregarnos sin límites, sin prejuicios, sin intenciones vedadas... sin miedos. Para saber que vamos hacia el mismo horizonte, y detenernos a voluntad en los momentos y lugares que nos plazca. Y ser dos en el camino, siempre dos... con el mismo brillo en la mirada.
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Mónica Morales

febrero 28, 2010

INVOCACIÓN


Tierrabajo los nombres son incitadores, provocadores, invocadores, sagrados portadores del misterio de la existencia.

Tierrabajo los nombres recuperan la presencia, rescatándola del olvido, desentrañando la memoria, desenterrando lo vivido. Nombres, que nombrados en medio de la noche, alivian el dolor, cicatrizan el alma herida, aquietan los sollozos, le dan sentido a cada una de la incontables lágrimas, atizan las brazas del fuego pasado.

Tierrabajo los amorosos se invocan mutuamente. Se nombran y de las sombras, del destiempo emergen sus figuras, sus contornos, sus aromas . Están ahí entonces, gracias a la palabra invocadora las miradas amadas, las siluetas recortadas del vacío, los labios entreabiertos musitando algo, los cabellos descolgándose de la obscuridad.

En medio de la noche, los amorosos (solos, en medio esa soledad donde la palabra musitada, susurrada, tiene todo poder) se nombran, se dicen, se deletrean. Sus palabras inventan la luna, la ponen en el cielo, la hacen girar sobre sus cuerpos. Del ciclo de su amor, de su tiempo, de su cadencia la hacen crecer y la hacen menguar. Cuerpos crecientes, que se llenan de sí mismos para luego menguarse mutuamente. Cuerpos finalmente ocultos que reposan, que se hacen nuevos, listos para crecerse y menguarse cíclica e interminablemente.

Tierrabajo, los amantes sin más piel que su nombre, sin más identidad que su deseo, sin mas recurso que su palabra, deletreando sílabas sagradas dichas por el cuerpo que se entrega, que nacen del espíritu que los habita, estallan en cabellos encabritados, en cadencias enfurecidas, en deseos inexplorados cuyo origen siempre será un misterio.

Entonces los amantes se entregan, se someten a su dueño, al portador de la palabra. Él y Ella , poseedores de sus mutuos nombres, tienen irrevocablemente, sabiéndolo o no, aquello que el nombre porta.

Ella lo nombra. Él la nombra.
Ella lo invoca. Él la convoca.
Ambos se deletrean.
Ambos se poseen

Tierrabajo los amantes, uno frente al otro abren sus cuerpos bajo la llave de sus voces .

Algunas noches recostados como cordilleras sobre las que anochece y derrama el rojo la luna que los atestigüa, los amantes son como tierras recién descubiertas, entonces Él, nombrándolo, clama para sí potestad sobre cada pedazo descubierto de piel que enardecidamente húmeda, quemándolo se derrama entre sus manos.

Tierrabajo cada nombre es sagrado, cada palabra tiene la esencia creadora de lo nombrado.
Por ello invocarte es recuperar la tierra y la humedad que te conforma, rescatar la noche oculta en tus cabellos, atizar el fuego de tu piel con mi palabra, iluminarme con la luna roja que brilla desde el fondo de tus ojos.
Adolfo Morales Moncada

febrero 26, 2010

Del cuerpo de ese hombre

Soledad se regocija en contemplarlo. El cuerpo de ese hombre, forjado al calor del desierto, con la piel curtida por la arena; es mineral, carbón de piedra que le funde las entrañas cada vez que [espada] la penetra. Mástil nocturno al que se aferra cuando, en su furia, el vendaval de la pasión amenaza con rasgar sus vulnerables velas.

Templo de saber inagotable, de todas las páginas acumuladas, de memorias sonoras que su voz reproduce -suave- cuando la colisión de los cuerpos firma la tregua.

Soledad se pierde en su beso que provoca antropofagia -que le despierta apetitos vedados- y se alimenta de él sin mesura, felina y zalamera. Porque su piel tiene sabores de milagro, se desvive en atizar la cúspide de sus empeños a fuerza de besos sin recato. Y resulta complicado interrumpir el campo magnético que se genera cuando, oscilantes, terminan derramándose en la tierra.

Ese cuerpo está hecho de hierro y madera, de mármol, sal y piedra; de noche y huesos, de carne y fiesta. Soledad, se regocija en contemplarlo y, en la distancia discreta, lo espera.
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Mónica Morales
de:
HISTORIAS DE SOLEDAD.

Canto Solitario

Cuánto mejores que el vino tus amores[...]


Cuando la urgencia
---en el calor de un arrebato salaz

ahogados de impaciencia
resulta incluso el suelo
más dulce y prolijo
---que el mismísimo lecho
de Salomón.
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Mónica Morales